
Beag
Aunque a simple vista los Beag sean seres amables y adorables, lo cierto es que su origen, aunque no lo parezca, está marcado por el abandono y el dolor. Hace cientos de años, cuando las tierras de Isvariath se quedaron sin su diosa madre, Isvaria, los seres conocidos como Goliathard tomaron como suyas las grandes cimas de las montañas ancestrales, bajo las cuales los drows fundaron su ya olvidado imperio. Con el paso del tiempo, esta tosca especie descendió y recorrió los valles, encontrando varias entradas a las antiguas ruinas de los drow. Pero aunque los elfos ya no estuviesen en sus ciudades, eso no significaba que hubiesen dejado sus dominios desprotegidos.
Poco a poco, muchos de los grupos de exploradores Goliathard desaparecían por completo sin dejar rastro, y los que regresaban a las aldeas portaban consigo toda clase de maldiciones. Muchas de ellas se consiguieron erradicar gracias a magia ritual de gran poder, pero hubo una maldición que se extendió a toda la velocidad entre todas las aldeas de Gaothard… una que, sin ser posiblemente su objetivo, dio lugar a los Beag.
Un día como otro cualquiera, una Goliathard dio a luz sobre el pico de la montaña más alta de su tribu, como es tradición. Tras observar a su hijo por primera vez, la mujer se asombró ante lo que encontró. Ante ella no había un gran y fornido Goliathard, como ella esperaba, lo que sostenía entre las manos era otra cosa: un ser peludo, de largos brazos y de estatura pequeña, incluso para ser un bebé. El asombro pasó a horror en el momento en que en la frente del infante se abrió un tercer ojo que la observaba con una mirada penetrante y curiosa. La mujer, una guerrera fuerte y orgullosa como ninguna otra, miró al niño con desdén una última vez y lo arrojó montaña abajo.
Sin embargo, la montaña y la magia que ahí habitaban tenía algo pensado para el pequeño. Rápidamente, un escudo protector abrazó al niño, el cual descendió a toda velocidad la montaña, atravesó buena parte del gran valle de Gaothard y llegó hasta el interior de una cueva. Nadie podría sobrevivir a las condiciones del helado clima sin haberse preparado, y menos aún siendo un bebé tan pequeño, pero el joven no estuvo solo mucho tiempo. Pronto, varios autómatas drow emergieron de las profundidades de la cueva y adoptaron al Beag como si fuese uno de sus antiguos amos Drow. Por supuesto, el calor, la comida y la atención no le faltaron desde aquel momento. Y, además, tampoco le faltó compañía, ya que en cuestión de unas pocas semanas, otro Beag llegó a la cueva, tal como él había hecho.
Una de cada nueve mujeres Goliathard da a luz a un Beag y estos son, en su gran mayoría, arrojados a las profundidades del gran valle por parte de sus madres, pues trae gran vergüenza para cualquier familia Goliathard el aceptar a un Beag. Ha habido casos de madres que se han quedado con sus pequeños retoños, pero estas han tenido que abandonar las cumbres de Gaothard y pasar a ser parias.
Desde que los Beag nacieron, ha pasado bastante tiempo. Tanto como para haber formado una pequeña sociedad que se extiende a lo largo de los túneles y construcciones bajo tierra de los drows. A base de prueba y error, además de la ayuda de los pocos autómatas drow que siguen funcionando, los Beag han conseguido hacer que mucha de la vieja tecnología élfica vuelva a funcionar, al mismo tiempo que han mejorado (según ellos) algunas cosas de los que son, en cierta manera, sus ancestros. La capacidad de los Beag para crear nuevos cachivaches y aparatos tecnológicos gracias a la magia innata que los baña sorprendería hasta el más erudito de los habitantes de Steelbreach.
Ya que los Beag nacen del rechazo, han creado una sociedad donde se busca todo lo contrario. Todos los Beag son animados, desde muy jóvenes, a desarrollar su intelecto e inquietudes de la forma que cada uno crea mejor. Seguramente, por eso son tan habituales las explosiones y las situaciones peligrosas en las aulas Beag, pues estos tienen una extraña fijación con las explosiones y la magia que es capaz de proteger a los demás.
